Hace 67 años, el 26 de julio de 1956, se producía el hundimiento del Andrea Doria, un transatlántico de 29.000 toneladas orgullo de la marina mercantil italiana ocurrido en las heladas y brumosas aguas del Atlántico Norte al sur de la isla de Nantucket (estado de Massachussets), Comandaba el elegante navío italiano Pero Calamaí uno de los oficiales mas expertos con 40 años de servicio en su haber marítimo. Pocas horas fueron suficientes para destruir un destino naval edificado y cimentado en base a un prestigio y una reputación naviera por su condición y naturaleza de navegantes por tradición, como también, a su avezado capitán le bastaron unos fatales segundos para percatarse que el mercante sueco Stockholm dirigía su proa e introducía su extremidad a estribor del crucero italiano. La formidable colisión abre en el casco una vía de agua de 14 m, produciéndose el naufragio del navío italiano once horas después. Posterior a la tragedia comenzaron las búsquedas de responsabilidades por parte de las navieras y la sociedad. Una investigación a fondo del Ministerio de Marina Italiano esclareció lo sucedido, desvelando un hecho durante años por temor a poner en peligro un acuerdo de ambas partes. La verdad afloró en 1972 a diez y seis años de la tragedia. Una vez examinado el registro de ruta de las dos naves, se arribó a la conclusión que fueron error de maniobra del capitán Carstens del navío sueco al interpretar mal la escala del radar y creer que el Andrea Doria se hallaba más lejos de lo que en realidad estaba. En 1951, la Societá di Navigazione italiana botó al que fue su buque insignia, reanudando el servicio entre Génova y Nueva York, sus dimensiones lo ubicaban como uno de los navíos más grandes de la época. Su nombre respondía a la prosapia de una familia noble de Génova a la que pertenecía el ilustre almirante Andrés Doria, (1468-1560). En consecuencia, era más que una gran transatlántico, era un símbolo de Italia, rejuvenecido, desafiante, reivindicando y recuperando su potencial marítimo. Han pasado un poco más de seis décadas, que el deslumbrante y moderno bajel, yace en las oscuras e insondable profundidades del Atlántico Norte perpetuando su bien llamado mote: “L’ elegante signora del mare”.
Alfonso Giacobbe
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